La cultura maya tuvo dos periodos de expansión. Inicialmente, entre los siglos IV a IX, habitaron zonas de lo que hoy es Honduras y Guatemala, y se unieron a la cultura quiché, que vivía en las montañas de Guatemala. En su segunda era, entre los siglos IX y XIV, el epicentro maya estaba en la península de Yucatán, al sur de lo que hoy es México. Cuando los españoles llegaron a principios del siglo XVI, las ciudades mayas ya estaban abandonadas, y la mayoría de la población vivía en zonas rurales.
Es célebre el calendario maya, uno de los más precisos de aquellos días, dividido en 18 periodos de 20 días y un periodo adicional de 5 días de mala suerte que se llamaba Uayeb (“sin nombre ”): 18x20=360+5=365 días. También existía un calendario sagrado (Tzolkin) de doscientos sesenta días que incluía el cálculo exacto del año solar, de los eclipses, y de los ciclos de planetas y estrellas. El sistema matemático era también muy complejo, basado en 20 símbolos (así como el sistema occidental tiene diez números) que incluían el cero.
Además de la astronomía y las matemáticas, la arquitectura maya contiene las pirámides más perfectas de las Américas. Las plazas y las columnatas, formadas por columnas cuadradas o redondas, eran esculpidas en bajorrelieve. Las ruinas de los centros religiosos de Chichén-Itzá y Palenque (México), Tikal (Guatemala) y Copán (Honduras) son testimonios elocuentes de esta admirable arquitectura monumental.
La escritura era jeroglífica y se ha coleccionado en códices (old manuscripts), aunque también aparecía en elaborados murales. Dos famosos textos fueron recopilados durante la colonia española en Mesoamérica, con valiosos datos sobre la visión del mundo y la historia mayas: el Popol Vuh ("libro de la comunidad" en lengua quiché), texto sagrado que narra el origen del ser humano, hecho de maíz; y el Chilam Balam, libro sobre la mitología, las profecías y los eventos sobresalientes.
En el Valle Central de México, alrededor del lago Texcoco, llegaron desde el siglo XIII un grupo de culturas que hablaban diferentes variantes del idioma náhuatl, y por eso se pueden nombrar genéricamente como los nahuas. Según sus leyendas, venían de la cultura tolteca (que significa artista o artesano) y, a mediados del siglo XII, los chichimecas (palabra que connotaba “bárbaro” o “salvaje”) invadieron desde el norte, sin imponer sus propias creencias.
En efecto, los mexicas (a menudo llamados aztecas) venían de una región norteña llamada Aztlán (en lo que hoy es parte de EE.UU.), fundaron su capital en el centro de un lago porque allí, según cuenta la leyenda, encontraron la señal indicada por los dioses: un águila y una serpiente luchando sobre un nopal. La ciudad, fundada hacia 1325, se llamó Tenochtitlán, y para 1428 formó una triple alianza con otras dos ciudades –Texcoco y Tlacopán–, consolidando lo que ahora llamamos el gran imperio azteca. Para 1519, cuando llegaron los españoles, Tenochtitlán era una de las urbes más imponentes del mundo, con cerca de 250.000 habitantes. Situada estratégicamente en una isla en el lago de Texcoco, la capital se conectaba con la tierra firme por medio de una serie de puentes, los cuales permitían una defensa y control más eficientes para un imperio que tenía guerras frecuentes. De la cultura azteca se conservan varios de sus códices y poemas, así como numerosas palabras que hoy son parte del español (chocolate y tomate, entre muchas). La base de la alimentación era el maíz, domesticaron animales como el perro y el pavo (guajolote). Como la agricultura era una actividad central, un propietario perdía su derecho a la tierra si dejaba de cultivarla durante dos años consecutivos.
Entre los jóvenes nobles mesoamericanos era común el juego de pelota (ollama), que también tenía un carácter ritual. Se jugaba con una bola del tamaño de un balón de fútbol, hecha de hule (caucho). El campo tenía la forma de una T doble o una H, que demarcaba los territorios para los dos equipos por medio de una línea central. El juego consistía en impulsar la pelota y pasarla por un aro en el campo contrario sin que tocara la tierra del campo propio, pero no se podía usar ni las manos ni los pies. Por eso, los jugadores usaban protectores de piel en las partes más vulnerables del cuerpo, tales como los genitales, las caderas, las rodillas y la cabeza. Entre los aztecas, el campo se llamaba el tlachtli.
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